"La Pacificación de la Araucanía, señor Presidente, nos ha costado mucho mosto, mucha música y poca pólvora”. La frase corresponde al general Cornelio Saavedra, el gran artífice de la ocupación del territorio mapuche en la segunda mitad del siglo XIX. La escuché por primera vez a los 14 años, en mi primer año de secundaria y de boca de un profesor de historia tan adicto a las frases célebres como desinformado. “Tras siglos de guerra con España, los araucanos finalmente aceptaron el llamado de la civilización y el progreso. Y en la cumbre del cerro Ñielol, en una jornada histórica, sellaron con las autoridades chilenas la paz definitiva”. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. No fueron estas sus palabras textuales, lo reconozco, pero algo así sonaron en mis oídos. ¿Araucanos? ¿Pacificación? ¿Mucho mosto y poca pólvora? Y aunque a esa edad poco y nada me interesaban las polémicas, algo tenía esa fábula que no me cuadraba del todo.
Huelga decir que la versión de mi abuelo Alberto era completamente distinta. Él, que había pasado media vida en tribunales reclamando inútilmente tierras usurpadas, sabía que de mosto y música el arribo chileno había tenido bastante poco. Y si mucho de pólvora. Y de saqueos. Y corridas de cerco. E incluso de marcaciones a fuego, como aconteció el año 1913 con Juan Manuel Painemal, secuestrado y marcado como animal por colonos chilenos recién llegados a la zona de Chol Chol. De todo ello sabia el abuelo Alberto. De seguro más de alguna vez nos habló de ello a mí y a mis primos. Y seguro también estoy que poco y nada lo pescamos. Lo nuestro, allá en la reducción cuando niños, era andar a caballo, salir de pesca y juguetear con los perros. ¿Y lo mío en el liceo? Memorizar, repetir lo que decían los profesores como un loro y ejercitar el cerebro solo en los recreos. Con promediar sobre cuatro, más que satisfecho. La “ley del mínimo esfuerzo” bautizó mi madre, mujer mapuche culta y exigente, a esta vocación de su hijo por el ahorro adolescente de neuronas.
¿En qué momento la historia oficial chilena me comenzó a incomodar y en serio? Sospecho que al rendir mi prueba de admisión universitaria y encontrar, en la específica de Historia y Ciencias Sociales, nuevamente la frasecita aquella de Saavedra. “Salvo pequeños tropiezos de poca importancia, la Pacificación de la Araucanía, señor Presidente, nos ha costado mucho mosto, mucha música y poca pólvora”. “¿A qué importante acontecimiento dice relación dicha cita histórica?. A) La Independencia de Chile. B) La Guerra del Pacífico. C) La Paz con los Mapuches”. ¿¡La paz con los mapuches!? Convengamos que a estas alturas ya había devorado las Memorias de Galeano, escudriñado los Siete Ensayos de Mariategui, incluso recorrido la Patagonia acompañado de la pluma de Bayer. Lo propio había hecho con Benedetti. Sabía, por tanto, que cuando los pacificadores chilenos apuntaron, por supuesto tiraron a pacificar y a veces hasta pacificaron dos mapuches de un tiro. Y que no faltó el mapuche necio que se negó a ser pacificado por la espalda o aquel que se resistió, dentro de su ruca y aferrado a los suyos, a la pacificación chilena a fuego lento.
¿Cómo podían los historiadores llamar “pacificación” a un brutal genocidio, a una limpieza étnica autorizada por el Congreso y financiada con fondos del erario público? No sería mi último encuentro con Saavedra, por cierto. Su frasecita, verídica –consta en un parte militar de campaña dirigido al entonces Presidente José Joaquín Pérez- pero absolutamente tergiversada por la historiografía oficial, volvería a aparecer frente a mí en nuevas e incontables oportunidades. ¿La última de ellas? La semana recién pasada, en una prueba coeficiente dos que trajo a casa para mostrarme el mayor de mis sobrinos. Él, mucho más inteligente y crítico de las versiones oficiales que su tío a la misma edad, resolvió que ninguna de las alternativas propuestas por su maestra era la correcta. “Fue una matanza, tío Pedro, ¿de qué pacificación nos está hablando la profe de Historia?”, me lanzó visiblemente contrariado. Y por un instante no supe en verdad que era lo más útil; si despotricar junto a él contra su colegio o abrazarlo orgulloso. Opté por lo segundo.
Hace un par de días, el Presidente Sebastian Piñera, en el marco de un publicitado proyecto de Reforma a la Educación, informó de un profundo cambio curricular para los estudiantes de enseñanza básica y media del país. Este implicaría, entre otras medidas, un aumento de horas para el estudio de Matemáticas y la pérdida de varias horas a la semana para la asignatura de Historia. En este punto no dejo de pensar en la frasecita de Cornelio Saavedra, increíblemente repetida hasta nuestros días para falsear la historia y travestir de “pacificación” una cacería de mapuches a campo traviesa. ¿Menos clases de Historia en escuelas y liceos del país? ¡Bienvenido sea, señor Piñera!. Aquí un mapuche, padre de una niña en edad escolar, se lo agradece y de manera infinita. Limítense ustedes a las ecuaciones, los paralelepípedos y el Algebra de Baldor. Mire que del nazismo, las guerras mundiales y el hombre en la Luna ya se encarga en casa The History Channel. Y de la historia de Chile, sus próceres y “pacificaciones”, al menos hasta nuevo aviso, me sigo encargando yo.
* Publicado originalmente en The Clinic, Edición del Jueves 25 de Noviembre de 2010 / www.theclinic.cl
www.azkintuwe.org
HUILLIMAPU del Larkü, "Siempre Junto a los Pueblos"
Huelga decir que la versión de mi abuelo Alberto era completamente distinta. Él, que había pasado media vida en tribunales reclamando inútilmente tierras usurpadas, sabía que de mosto y música el arribo chileno había tenido bastante poco. Y si mucho de pólvora. Y de saqueos. Y corridas de cerco. E incluso de marcaciones a fuego, como aconteció el año 1913 con Juan Manuel Painemal, secuestrado y marcado como animal por colonos chilenos recién llegados a la zona de Chol Chol. De todo ello sabia el abuelo Alberto. De seguro más de alguna vez nos habló de ello a mí y a mis primos. Y seguro también estoy que poco y nada lo pescamos. Lo nuestro, allá en la reducción cuando niños, era andar a caballo, salir de pesca y juguetear con los perros. ¿Y lo mío en el liceo? Memorizar, repetir lo que decían los profesores como un loro y ejercitar el cerebro solo en los recreos. Con promediar sobre cuatro, más que satisfecho. La “ley del mínimo esfuerzo” bautizó mi madre, mujer mapuche culta y exigente, a esta vocación de su hijo por el ahorro adolescente de neuronas.
¿En qué momento la historia oficial chilena me comenzó a incomodar y en serio? Sospecho que al rendir mi prueba de admisión universitaria y encontrar, en la específica de Historia y Ciencias Sociales, nuevamente la frasecita aquella de Saavedra. “Salvo pequeños tropiezos de poca importancia, la Pacificación de la Araucanía, señor Presidente, nos ha costado mucho mosto, mucha música y poca pólvora”. “¿A qué importante acontecimiento dice relación dicha cita histórica?. A) La Independencia de Chile. B) La Guerra del Pacífico. C) La Paz con los Mapuches”. ¿¡La paz con los mapuches!? Convengamos que a estas alturas ya había devorado las Memorias de Galeano, escudriñado los Siete Ensayos de Mariategui, incluso recorrido la Patagonia acompañado de la pluma de Bayer. Lo propio había hecho con Benedetti. Sabía, por tanto, que cuando los pacificadores chilenos apuntaron, por supuesto tiraron a pacificar y a veces hasta pacificaron dos mapuches de un tiro. Y que no faltó el mapuche necio que se negó a ser pacificado por la espalda o aquel que se resistió, dentro de su ruca y aferrado a los suyos, a la pacificación chilena a fuego lento.
¿Cómo podían los historiadores llamar “pacificación” a un brutal genocidio, a una limpieza étnica autorizada por el Congreso y financiada con fondos del erario público? No sería mi último encuentro con Saavedra, por cierto. Su frasecita, verídica –consta en un parte militar de campaña dirigido al entonces Presidente José Joaquín Pérez- pero absolutamente tergiversada por la historiografía oficial, volvería a aparecer frente a mí en nuevas e incontables oportunidades. ¿La última de ellas? La semana recién pasada, en una prueba coeficiente dos que trajo a casa para mostrarme el mayor de mis sobrinos. Él, mucho más inteligente y crítico de las versiones oficiales que su tío a la misma edad, resolvió que ninguna de las alternativas propuestas por su maestra era la correcta. “Fue una matanza, tío Pedro, ¿de qué pacificación nos está hablando la profe de Historia?”, me lanzó visiblemente contrariado. Y por un instante no supe en verdad que era lo más útil; si despotricar junto a él contra su colegio o abrazarlo orgulloso. Opté por lo segundo.
Hace un par de días, el Presidente Sebastian Piñera, en el marco de un publicitado proyecto de Reforma a la Educación, informó de un profundo cambio curricular para los estudiantes de enseñanza básica y media del país. Este implicaría, entre otras medidas, un aumento de horas para el estudio de Matemáticas y la pérdida de varias horas a la semana para la asignatura de Historia. En este punto no dejo de pensar en la frasecita de Cornelio Saavedra, increíblemente repetida hasta nuestros días para falsear la historia y travestir de “pacificación” una cacería de mapuches a campo traviesa. ¿Menos clases de Historia en escuelas y liceos del país? ¡Bienvenido sea, señor Piñera!. Aquí un mapuche, padre de una niña en edad escolar, se lo agradece y de manera infinita. Limítense ustedes a las ecuaciones, los paralelepípedos y el Algebra de Baldor. Mire que del nazismo, las guerras mundiales y el hombre en la Luna ya se encarga en casa The History Channel. Y de la historia de Chile, sus próceres y “pacificaciones”, al menos hasta nuevo aviso, me sigo encargando yo.
* Publicado originalmente en The Clinic, Edición del Jueves 25 de Noviembre de 2010 / www.theclinic.cl
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HUILLIMAPU del Larkü, "Siempre Junto a los Pueblos"
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